Me acurruco en el asiento del ómnibus. La
espalda el pasillo y mis ojos la
ventana. A mi lado tendrías que estar vos, pienso. Y no sé porque vos. Recuerdo
que cuando nos conocimos viajamos esa primer mañana juntos, esa vez me acurruqué en tu cuerpo, cálido, un poco apretado pero suave y mullido.
No te pienso hombre almohadón o sillón, simplemente se hizo
patente la ausencia de un abrigo protector único, el tuyo. Tu modo lleno de
brazos y manos, de pellizcos y olfatos.
Lloro un instante por dentro, por sentir un
lugar vacío que nadie puede llenar, nadie debe llenar. Es el propio paisaje
desolado quemándose de sol, o helándose de
nada. Cada cual sin ninguna referencia más que lo abismal. El cuerpo medido en
la medida de un sillón y el sentir sin cause.