Volví otra vez a casa, ella tiene una historia que precede el
entorno que ha forjado la industria y la mala urbanización, llega el olor del
puerto, llega el olor de la fábrica de cerveza, las ventanas se enfrentan a
otras y se puede ver el comportamiento de algunos hombres, solo hombres.
Siempre vestidos de azul, son más
visibles en el turno de la noche cuando la luz crea el espacio que se expande
detrás de las ventanas. Una vez uno de ellos me saludo desde su altura, en este tiempo nos
hemos estado observando y conformándonos con eso.
Vuelvo, y para mi sorpresa me encontré con una
humilde plantita abandonada en el balcón, volvía a crecer para recibirme sin
haberle dado yo ningún cuidado. Otras sorpresas también se sucedieron como una
concordancia de hechos a mi favor, dos nuevos amigos con los brazos abiertos a
contenerme y a compartir la soledad que cada uno traía en su mochila.
La casa de techos altos, volvió a recibir mis
pies sobre los pisos de madera de las amplias
habitaciones como la primera vez, volviéndose refugio de una ingenua y
quebrada enamorada.
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