De muchísimas fotos solo algunas me revelaron algo
que justifica
para mí la fotografía, más allá del
goce estético
de una buena
composición y demás.
Ese encuentro me bastó para entender que el “instante
justo” del disparo
es la esencia de la fotografía, y no sería tampoco
cualquier instante,
porque cuando ese instante queda eternizado en la foto
nos damos
cuenta que algo grita, inquieta, nos remueve.
En una foto de varias tomadas el mismo día en la misma situación,
hay una mirada
que ama.
La mirada
capturada en ese instante está hablando de lo interior,
de lo emocional,creo que hay una importante conexión
entre el instante y la emoción.
A veces creo que capturar este tipo de fotografía
trasciende al fotógrafo, es un instante,
y que todo se
ordene en la velocidad para lograrlo es cosa de complicidad con la realidad.
Capaz que el que quiera hacer este tipo de fotografía
tiene que estar demasiado atento
o todo lo
contrario,casi abandonado.
Tal vez algún
día se diga que se hace un pacto con la realidad, “el referente”,
para que nos de
esos instantes de poesía fotografiada.
En esa mirada comprendí lo que con las palabras
no lograba,
la fotografía
es testimonio, el instante es tan fino que podría llamarle verdad.
En esto hago una aclaración y hablo de la
fotografía sincera,
pero claro, esta sinceridad no es solo de parte del
fotógrafo
sino de todos
los planos, coordenadas temporales, etc.
Yo capturé esa mirada, el instante justo se me fue
dado para que lo haga;
esa fotografía es sincera, pero esa sinceridad era
para que solo yo la viera
y
entendiera que el tiempo y la realidad
fueron sinceros conmigo
y me dejaban
esa foto, en su acuerdo.
La sinceridad
es auténtica, (la autenticidad es un tesoro) lo sincero a veces hiere.
La herida es esa mirada, no está lo que era antes de
la herida ni la herida curada,
está algo que
pulsa todo el tiempo y por eso vive,
a pesar de que
ese instante ya es pasado, en la foto vive,
la muerte también es cómplice inseparable de la vida.
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